3.04.2011

10+ 0

Imagino que voy a tener un hij@ de lo mas obediente o de lo más precoz. Apenas me decidí a invocarlo y vino a mí de mi inmediato. O quizás, mientras yo escribía esas líneas el moría de risa mientras comenzaba a echar raíces en algún recóndito lugar dentro de mi.
Un día me di cuenta que mi vista de cada mes no llegaba, lo cual es muy normal, aun así me hice un test casero y dio negativo. Pilluel@. Extrañamente no me puse triste de inmediato (como otras veces), hasta salí del baño con una extraña sonrisa, pero un par de horas después llore como magdalena ante mi evidente incapacidad para germinar frijoles.
Como la visita continuó sin presentarse dos semanas después, me decidí por una pruebilla de sangre que dio un ¿sorpresivo? Positivo. Así, tan simple como un montón de letras negras perfectamente alineadas y vivas, me forcé a sonreír mucho porque uno debe estar feliz en esos casos. Pero la verdad: no me la creía. Pensé que tal vez era un falso positivo y que tendría que demandar al pequeño laboratorio, o quizás había fallado porque en uno de esos olvidos míos tan comunes di mal mi última fecha del periodo. Pesimista y terca de mí. ¿Dónde quedaban entonces las 12 horas de sueño continuas y el hambre descontrolada?
Varios días de indecisión, escepticismo y necedad. Hasta que una mañana, unas lindísimas doctoras del IMSS decidieron que mi vientre no tenía fondo y que probablemente no estaba embarazada o se había detenido desde el principio… Afortunadamente esa misma tarde, un obstetra más experimentado opino que claro que mi matriz se sentía crecida (el dichoso fondo) y pude escuchar un corazoncillo apresurado, como un pollito… ¡estoy embarazada!

Qué más puedo decir… Trato de enfocarme en que todo va a estar bien y estar feliz y esperanzado por este mega regalo, que desde ya, merece todo. (Incluso sobrevivir a la colitis nerviosa sin medicación alguna)