11.01.2006

Algo que recordar

Ella se afanaba todos los años en poner una altar al abuelo, su difunto marido. Yo era una niña, y aprendí de ella a esperar con ansía los primeros días de noviembre. Sabía que era tiempo de hacer banderillas de papel picado y buscar el mantel blanco, cuando llegaba con un montón de figurillas de dulce: calaveritas, muñequitas, replicas de panecillos de azúcar, coronillas funerarias, imitaciones de típicos y deliciosos platillos mexicanos. Entonces, a mi me tocaba ir a la tienda con 20 pesos y comprar cacahuates, manzanas, guayabas, mandarinas, una coca cola de vidrio y un par de velas. Todo quedaba listo y era momento d poner el altar. Era la mañana del 31 de octubre y cada pieza en el altar era dispuesta entre anécdotas del abuelo fallecido cuando yo era un bebe de pañales y el aroma del chocolate para festejar el cumpleaños de mi madre. La abuela me contaba cuanto le gustaba a mi abuelo la fruta, cuanto me quería y como reía de mi cada vez que iba a dar al suelo en mis intentos por aprender a caminar – Cuando me levante de esta cama voy a llenarte la casa de colchones, para que no te duela tanto- me decía poco antes de que el cáncer acabara con él. Acomodábamos los dulces en al alter mientras recordamos a 'Chelita' cuando decía antes de comer a su papá –Papá, no tienes ganas de una coca?, si quieres yo te la invito. Nada mas dame dinero para ir a comprarla. Mi abue me contaba entonces como su hija murió de sarampión y yo no podía creer que esa niña que me sonreía a blanco y negro desde la foto del altar fuese mi tía. A mis 21 años, a veces extraño a mi abuelo, al que apenas conocí, de vez en cuando pienso en esa niña fallecida tan joven y siento que en verdad fueron parte de mi vida, y es que mi abuela me los traía de regreso cada día de muertos, decía que pusiéramos un vaso con agua dulce en el altar, para que pudieran endulzarse la boca, porque el camino de la muerte es amargo, me aseguraba que venían a comer los tamales y a protestar porque la coca no estaba bien fría. El nuestro nunca fue un altar de siete escalones ni con todos y cada uno de los aditamentos que dicta la tradición, pero no hubo un año en que no encendiéramos las velas para alumbrar la visita de su marido y su hija.
Hace un año no puse al altar con ella, recuerdo que vino por la tarde del día 31 a dejar la coca de vidrio en el altar que yo levante con mis hermanos. Este año no vendrá, y este año tampoco fui a la tienda por las viandas, este año no escuche las historias porque estaba trabajando y mi abuela no estuvo para recordarme que el día de levantar el altar. Anoche, cuando llegue a casa y vi en al altar de muertos que levanto mi madre la foto de mi abuela, los recuerdos vinieron de a poco y me di cuenta que al altar le faltaba la coca de vidrio y una pizza para la abuela, tampoco estaba el agua con azúcar… y mañana será ella la que visite el altar y nosotros iremos a dejar flores a una tumba y hablaremos de ella y diremos cuanto la extrañamos y habrá seguramente muchas lágrimas, como las que hubo anoche en mi casa y seguramente como las que hubo en casa de las tías.
Mañana es la fiesta de los difuntos y a pesar de lo triste de no tenerla le agradezco, entre miles de cosas más, que me enseñara a recordarla aun después de que nos dejo

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